domingo, 22 de agosto de 2010

La tía María Inés

-Ver la penumbra de sus ojos y enamorarme fue una sola cosa. No entiendo porqué en vez de ver el globo aerostático me confundo con su lastre.

Así se quejaba la tía María Inés a mí, una mocosita de 11 años, cuya principal y maravillosa virtud era escuchar atentamente sus desencantos amorosos.

María Inés tiene 35 años, muy bonita, solvente económicamente, abogada y una eximia profesional en el arte de elegir novios atorrantes, vagos, casados y rufianes.

Pero luego pretendía darme consejos para cuando llegase mi hora de buscar marido. En realidad, y para no ser atrevida no se lo dije, hubiese preferido que me escriba sus memorias para hacer totalmente lo contrario.

Su hermana mayor, mi madre, al momento se daba cuenta que María Inés volvía a estar sola y solo esbozaba una sonrisa cuando me pasaba el auricular del teléfono diciéndome

- Buscan a la sobrina preferida-.

Bueno, a mi no me iba tan mal. Los paseos, helados, regalos y tantas cosas que me obsequiaba la tía en sus ratos de abstinencia, eran impresionantes.

Pasaron muchos años y nuestro vínculo de amor y confianza nunca se cortó. La hice tía abuela dos veces, y un día, después de un largo viaje que hizo por Europa, cuando María Inés contaba con 65 años, todavía muy hermosa y dinámica, volvió con la noticia que se casaba.

Casi me caigo de la impresión.

- ¿Pero, en serio? Bueno… en horabuena. La verdad que me daba cosa verte siempre sola y sin pareja. Me alegro.

Se hizo un largo silencio y me sostuvo una mirada que nunca hubiera querido tener sabre mi, como si mirase a una extraña, entre enojada y sorprendida.

Y al fin, me dijo con gravedad:

- Nena, vos viste todo lo que tenías que ver. Esta es solo una pareja con papeles.