Invita a adormecerse el tibio sol de otoño sobre Pinamar, caliente y brillante que ciega con su resplandor. Una belleza de pueblo turístico, próspero y elegante, construido a las orillas del océano Atlántico. Su aire limpio con aromas a pinos y eucaliptos penetra hasta lo más profundo de los pulmones renovando de energía al paseante y al residente.
Un silencio acoraza la temporada baja del lugar, época en donde muy poca gente lo visita y Pinamar se vuelve más íntimo al lugareño.
Bajando por la amplia calle principal hacia el mar, camina Adriana. Segura de querer llegar hasta donde se abre el cielo que se confunde con el mar y se unifican, y sentarse sobre esa arena blanca y descansar los ojos con el paisaje imponente del mar.
¡Cuántos otoños transitó esas calles tan queridas! Ya son quince desde que llegó de una provincia pensando que solo sería por un verano y nunca mas se fue.
Ahora, con casi cinco décadas encima, le sería difícil regresar, piensa. Sus amigos, sus dos hijos, su actividad y su vida están ahora aquí, en este paraíso verde y oro, lleno de bellezas naturales…y sus afectos. No esta sola si tiene amigos, pareja no, hace mucho tiempo. Pero ese es otro tema.
Son casi las 3pm y no ha almorzado, empieza a sentir languidez, no estaría nada mal detenerse a comer algo en algún lugar que le quede de paso.
Encuentra un café y se sienta, en la vereda, bajo ese lindo sol, y casi tiene ganas de estirar su cuerpo con la misma soltura que lo haría dentro de las cuatro paredes de su casa. Y empieza a mirar la escena tan conocida por ella, algún automóvil que pasa, algún transeúnte, los edificios Hasta que ya mira sin ver, hasta que la mente vuela, hasta que el cuerpo se traslada al lugar en donde sus pensamientos la llevan, revisiones de experiencias, balances de lo vivido, gozo de lo logrado. Cierra por un momento sus ojos, en calma, hay tanta paz, tanta satisfacción que se dibuja en esa hermosa sonrisa.
Pero Daniel esta nervioso, vino a Pinamar esperando encontrarse con un cliente con el que iba a concretar un negocio importante y ahora lo llama avisando que retrasará su llegada por razones particulares. Otro día mas que pierde, pero luego razona que se dedicará mientras espera, a disfrutar de su obligada estadía en este lugar que tanto le gusta. Hace veintisiete años que viene a Pinamar, cuando construyó su casa no tenía vecinos, y las dunas eran murallones de dos metros que debía atravesar caminando para llegar a la playa, donde cada verano vio crecer a sus hijos, que ahora son grandes.
Ama cada rincón de ese lugar, conoce cada calle, cada playa, cada vereda.
Ya pasaron los tiempos en que le quitaba horas al sueño por trabajar para desarrollar su empresa, también se podía permitir este descanso inesperado.
Se acomodó en una silla del café y extendió el diario para leer las noticias, pero en realidad no tenía ganas. Lo dobló y lo dejó sobre la mesa, apagó los celulares y cerró su computadora para que no le llegara nada del mundo exterior, solo ese momento que era nada mas que suyo.
La vorágine de su actividad le dejó poco tiempo para reparar en ello. A él le gusta el vértigo, la adrenalina que implica la lucha de poderes. Tantas veces se vio en situaciones difíciles, pero asumió el riesgo y salió fortalecido en lo que él cree que es su mayor logro, ser un piloto de tormentas.
De un momento a otro Adriana sale de su ostracismo, a pocos pasos de su mesa puede ver la atractiva figura de Daniel. Alto, cabellos negros y ojos azules, y un rostro de facciones proporcionadas pero muy pensativas. Dándose cuenta que no la mira, ella aprovecha para observarlo, seguro que no es de ese lugar. Tantos años viviendo ahí le permiten darse cuenta quién es turista y quién no. Una gran turbación le recorre el cuerpo que reacomoda en su silla, inquieta. No puede dejar de mirarlo, se ha sentido atraída por la figura de Daniel. Es una linda impresión, hace mucho tiempo que no sentía esa sensación que sacude con fuerza su pereza emocional. Mira cada detalle de su ropa deportiva, sus ademanes, ah,¡cómo le gustaría que él le hablara! Y baja la vista hacia la revista que tiene en sus manos, con vergüenza de que él se de cuenta de su interés.
-Mañana me voy a pescar. Veo si alguien me acompaña, o voy solo…pero que lindo sería no ir solo, tal vez con algún amigo. Pero no quiero un amigo, me gustaría tener por compañía una amiga, una novia, alguien con la cual me sintiera a gusto, alguien que se interesara íntimamente por mi, como esa chica ¡qué bonita es! ¡qué lindos ojos tiene! ¿será de aquí? está vestida con mucha informalidad…
En un momento Daniel se sonríe de si mismo, claro que estaba acostumbrado a ver chicas bonitas, y mucho mas que Adriana todavía, pero lo inusitado es que volviera a sentir esa ternura inocente de una primera vez, que hace mucho años no sentía. Mas bien, cuando conocía a una mujer se ponía en pose, como un dios, soberbio y hasta prepotente sabiendo que era merecedor de la admiración femenina, o eso creía. Él era un ganador, se sentía una persona muy especial, y ahora se arrobaba con la presencia de una señora sencilla, bonita, si, pero que no estaba producida y parecía mas interesada en su lectura que en atraer su atención.
Pero su orgullo propio era mayor, no haría nada que haga notar su interés por ella. ¡pero no podía dejar de mirarla!
-¿Será casada, estará sola? Que hermoso cutis ttiene, que lindo que debe ser acariciar esa piel tan suave…y esos cabellos negros…
Sus hormonas, excitadas por el entusiasmo, se hacían sentir, sus latidos se aceleraban y sus mejillas comenzaron a arder. Pero otra vez se hizo cargo de la situación, respiró hondo y se relajó, pero le costó mucho guardar la compostura.
El alboroto de las cotorras evade a Adriana de su timidez y le da la excusa perfecta para mirar al cielo y posar otra vez su mirada sobre Daniel.
-Creo que me está mirando, ¿pero será a mí? Cómo me gustaría que un hombre como ese me llevara alguna vez del brazo ¿y si le hablará, y con qué excusa? No, se daría cuenta, mejor no. Si, me está mirando, espero que no sea de esos que buscan aventuras fáciles, le voy a sonreír un poco, a ver si me habla…
-Me está sonriendo. Le voy a hablar…
Adriana fue más realista, entendió que fue una atracción y que aunque linda en sensaciones, duró por unas horas, pero a Daniel no le pasó lo mismo.
Al día siguiente sentía una angustia intensa, él no estaba acostumbrado a perder oportunidades ni a renunciar. Buscó a Adriana con una desesperación casi frenética por todo el pueblo, entrando a los almacenes, recorriendo las calles, los bares, los edificios públicos, pero no la encontró. Muy triste regresó a Buenos Aires con el desconsuelo que sienten los enamorados al perder a su primer amor. Era tanto el vacío interior que tenía que ponía en una desconocida todos sus anhelos. Volvió a Pinamar cuantas veces pudo, pero nunca la halló, estaba cegado por un espejismo.
Y el tiempo, que todo lo suaviza, hizo que de a poco fuese abandonando esa aspiración.
Pero los malos negocios que hizo y los compromisos asumidos lo obligaban a irse del país, no tenía otro remedio que escapar. Los pocos escrúpulos lo llevaron a relacionarse con personas oscuras que ahora le exigían un pago que él no podía afrontar. Vendió todo lo que tenía y viajó un par de veces para radicarse en Venezuela. Pone en venta su casa de Pinamar y al fin le avisan que hay un comprador, viaja para allá con el tiempo justo para cerrar el trato y tomarse el avión que lo llevarían lejos de sus problemas, porque esta vez no pudo resolver su situación. La tormenta lo había superado.
Cansado y de mal humor llega a la inmobiliaria, entra por la puerta y espera que lo atiendan enseguida, pero sentada en un escritorio, esta Adriana.
Se quedó helado y comienza a sudar frío,¡ al fin la había encontrado ¡ Se sentó y esperó que terminara con otros clientes que estaban delante de él, y trató de ordenar sus pensamientos. La cabeza le daba vueltas, las manos le sudaban, y estaba seguro que cuando le hablara le temblaría la voz.
Adriana lo miró y le regaló la mas dulces de sus sonrisas, Daniel sentía que se derrumbaba.
-Disculpe, ¿se siente mal?- Daniel la miró detenidamente, la imaginó el ser mas inocente del mundo, la veía tan sencilla y feliz. El retrato de unos niños en su escritorio y otra foto donde se la veía sentada en un jardín lleno de flores y un perro a su lado.
No sabía, pero estaba seguro de que estaba sola, podría retrasar su partida dos o tres días mas, podría hablarle y confesarle cuanto deseó estar con ella todo este tiempo, convencerla de que lo acompañase. Sabía, estaba seguro que Adriana lo aceptaría. Podría comenzar de nuevo y terminar sus días como siempre lo había soñado, acompañado por una buena mujer, que lo atendiese y sea su compañera, y a la que amase más que a nadie.
Y la miró...la miró... la vio como la imaginaba. Entonces pidió hablar con el dueño de la inmobiliaria, y a la hora ya estaba de regreso a Buenos Aires.