¡Déjame llorar hasta que se me limpie el alma!
de tantas imprecisas propensiones
que han llevado a la cumbre de la rabia, y a locura
un sin fin de decisiones.
¡Déjame!, que cargada de impotencia
solo puedo afirmar que no se nada,
que entre cardos y espinas he recorrido
una parte de mi vida, y aún cansada,
con el último aliento que me queda
me aferra a la vida la esperanza
de saber que mas allá de los errores
me sostiene una mano más que humana.
Pero este mal trago, que he de pasarlo,
aunque muera de dolor y quiebre mi alma,
una vez que termine de sufrirlo,
ya ligera de prisiones y corazas,
podré ver un futuro por delante
sin que me pese lo vivido,
sin que el pasado me traspase,
sin malos recuerdos que me hostiguen,
sin errores que me dejen desahuciada.
La mortaja será para los muertos,
pero yo, estando viva, voy anclada
a la firme convicción que los dolores
muchas veces son la piel de la alimaña,
que una vez que lo viejo se desecha,
otra piel, más hermosa, lleva en andas.