A orillas de un río, una tarde
predida a tu figura caminaba,
sin importar hacia donde,
ni el tiempo nos apuraba,
soñando sueños de niños
que juegan despreocupados.
Con timidez e inexperiencia
nuestras manos se buscaron
hasta que al fin, dedo a dedo,
se fueron entrelazando,
y el calor que transmitían
mojó las voces de pájaros,
las mejillas de amapolas
y los ojos se encendieron
como dos luceros claros.
Y todo esto transcurría
cuando cumplí quince años,
y nunca volví a sentir
esa sensación dorada
cuando mis vírgenes labios
rozaron tu boca amada.
predida a tu figura caminaba,
sin importar hacia donde,
ni el tiempo nos apuraba,
soñando sueños de niños
que juegan despreocupados.
Con timidez e inexperiencia
nuestras manos se buscaron
hasta que al fin, dedo a dedo,
se fueron entrelazando,
y el calor que transmitían
mojó las voces de pájaros,
las mejillas de amapolas
y los ojos se encendieron
como dos luceros claros.
Y todo esto transcurría
cuando cumplí quince años,
y nunca volví a sentir
esa sensación dorada
cuando mis vírgenes labios
rozaron tu boca amada.