lunes, 24 de mayo de 2010

El bosque (que bueno que fuese el de Cariló)



Las tardes de diamantinas luces
que penetran entre los sayos
del bosque umbrío de pinos,
de pájaros, musgos y álamos,
que exuda su sangre verde
y enfría la piel del barro
por retorcidos senderos
hecho de a pies descalzos
de animales que transitan
este, su último resguardo.
Se mezclan locas de aromas
las flores que van mutando
de ser mariposas quietas
hasta ser las damicelas
que su dueño ha cortejado.

Y los rayos persistentes
como un puñal van zanjando
heridas que se hacen bocas
para besarlo embriagado,
como amante que persigue
el nimio roce anhelado.